Narra
Ainhoa
El
día había sido muy intenso, empezando por el jet lag para llegar a
este paraíso de isla hasta las cuantas locuras y corridas hechas en
la playa.
Ha
sido un día bien lleno y mejor no podía desear. Por eso mismo,
cuando volvemos a casa, salté para el sofá y en un cuestión de
minutos ya estaba envuelta en un sueño bien profundo. No lo parecía,
pero cuando se cayó la noche, empezé a sentirme ya un poco cansada.
Bueno, el jet lag se hace sentir en cualquiera después de largas
horas. El sueño ya me estaba llamando.
Si
yo me había quedado dormida en el sofá, me desperté en la mañana
siguiente en la cama, junto a Pablo. Solo hay una razón para esto:
mi pobre Pablo se ha dado al trabajo de cargarme mientras yo dormía.
A mí solo me sucedía algo parecido a esto cuando yo tenía unos
cuatro años y mi padre o mi madre me llevaba hacía mi cama. Es una
extraña, pero también una buena sensación de quedarse dormido en
el sofá y despertarse en la cama.
Me
despertaba y podía ver al hombre de mi vida durmiendo a mi lado.
Nada era más importante en este momento. Seguro que en mis ojos se
espejaba un brillo estruendoso, pero ese mismo brillo es de todo el
orgullo y amor que tengo por él. Son victorias son mis victorias y
sus derrotas son las mías también.
Esto
de compartir una vida con alguien siempre me ha dado mucho miedo.
Siempre me sentía incapaz de amar y después de una tan mala
temporada en mi vida, me lo creo que miedo es una palabra muy suave
para describir lo que sentía.
Ahora
viendo cómo estoy ahora mismo, me lo parece que nada ha pasado. Lo
he superado, he logrado y con todas mis fuerzas he desafiado el
destino. Mi destino, el mismo que se prevía ser una catástrofe de
las grandes.
Viendo
como todo esto ha empezado, lo digo que, al final, yo nunca he
detestado a Pablo, pero sí me lo estaba negando a mí misma. Seguía
equivocándome, equivocando mi corazón de que gustaba de Pablo. Pura
mentira. Yo amo a Pablo como nunca amé nadie y agradezco a toda esa
fuerza que me cambió a punto de estar aquí ahora mismo casada con
él. Tengo que estar de acuerdo con aquellas bien dichas palabras de
mi padre: “Nunca digas no”.
Salí
de la cama con una sonrisa de oreja a oreja, visto algo sencillo y
bajo hacía la cocina. Estaba con unas ganas tremendas de comer pan
tostado y de tomar una taza de café con leche y así me fui yo
meterme en aquella cocina con una vista preciosa. Era todo un lujo
estar por allí, aquellos paisajes eran un auténtico sueño.
Conecto
una radio desconocida que sonaba una canción super alegre. Era la
dósis perfecta de energía que estaba necesitando y no tardó mucho
en hacer de la cocina mi escenario. Como siempre hago, me puso
bailando mientras cocinaba y me sentía más jóven.
Esto
sí es un buen despertar lleno de energía, aunque que he parado
cuando he visto a Pablo mirándome desde la entrada de la cocina.
Estaba allí sin nada hablar, ni siquiera ha hecho un ruido para yo
darme cuenta de que estaba allí.
-
Qué te pasa? - le pregunto.
-
Me ha gustado...
-
Qué te ha gustado?
-
Puedes seguir bailando que me está gustando...
-
… eres un atrevido y tu lo sabes...
-
Yo?!? Solo estaba mirando lo que estabas haciendo super bien...
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