Narra
Pablo
(Tres
semanas después)
Estaba siendo imposible irse a cenar. La
peque se puso viendo algunas fotos mías y de Ainhoa, de nuestra niñez y
adolescencia y se moría de risa hacía mis inmensos rizos rubios y las tranzas
bien hechas en el pelo muy largo de Ainhoa.
- Papá, ¡pero que camiseta más fea
tienes vestida aquí en la foto!
- No es así tan fea… se estaba muy de
moda…
- … y mamá era muy de moda llevando esas
zapatillas… se parecen dos piedras…
- Mira esta, princesita… - Ainhoa le
enseña una foto mía y la peque se quedó un poco sorprendida.
- Pelo corto… papá, ¿has tenido el
coraje de tener el pelo así tan corto?
- Se me ha gustado mucho… a ver si un
día no vuelvo a ponerlo así también…
- ¡No! El pelo que tienes ahora es mucho
mejor… lo sabes que a mí me encanta jugar con tu pelo… ¡no quiero que lo
cortes!
- … ¿y si lo corto?
- Yo no dejaré… el pelo que tienes es
estupendo…
Sin embargo, el teléfono suena y Ainhoa
va a contestarlo.
- Sí… ¡Mario! Por fin me llamas, ¿eh?...
– un largo minuto de silencio - … ¿qué ha pasado?... No… - el rosto de Ainhoa
empezaba a quedarse muy pálido. Se notaba que no se trataba de una llamada
normal, seguro que malo había sucedido, seguro que sería algo de Enrique - … yo
comprendo, pero… lo sé, Mario, lo sé… ¿es así muy grave?... vale, ya es tarde,
pero mañana yo me voy. No puedo quedarme aquí sabiendo que… tranquilo,
hermanito, yo me cuidaré… esperemos que sea solo más un susto… claro, llámame a
la hora que sea, ¿vale?... un besito…
- ¿Qué pasa? – pregunto.
- Es mi padre… está de nuevo en el
hospital… ahora es muy grave…
- Ya verás que solo será más un susto…
lo sabes que tu padre es un hombre muy fuerte…
- Eso lo espero también… - Ainhoa suelta
un suspiro profundo y mira el suelo. El silencio toma cuenta de la casa.
- Tranquila… - le doy un abrazo bien
fuerte en el que ella no quiso salir jamás. Lo sabía que sus lágrimas empiezan
a caerse en mi hombro, pero el silencio era la mejor cosa que podía haber en
aquel momento.
Narra
Ainhoa
Por detrás de aquella puerta blanca, lo
sabía que iba a encontrar algo que seguramente me ponía muy mal, pero tenía que
verlo. La abro y doy mis primeros pasos. Tenían lo mismo sabor que los primeros
de he dado en mi vida.
Mi padre permanecía inmoble en aquella
camilla de hospital. Me acerqué a él y haciendo el máximo esfuerzo, él intenta
darme la mano. En un gesto muy sencillo agarro de su mano de manera muy suave y
de su rosto despedazado sale una pequeña sonrisa.
- A ver si cuidas bien de esa
preciosidad que está viniendo…
- … y esta preciosidad la verás nacer…
- Tendré que enseñarle algunas cositas,
¿eh?
- Por supuesto… o no estaremos hablando
de los Martínez…
- ¿Ya te he dicho lo cuanto te quiero? –
me interrumpe, hablando muy bajito.
Siento un grande nudo en mi garganta y
las lágrimas hacen de todo para saltar al exterior. Nos miramos mutuamente sin
nada decir. Sus ojos brillaban más que nunca:
- Todo lo que hizo en la vida ha sido
para que tú y tus hermanos tuviesen la mejor vida posible… por cierto me he
equivocado algunas veces, pero lo sé que por un lado esos errores fueron
importantes también…
- No digas esas cosas, papá… me estás
haciendo llorar…
- Si es para llorar que sea de alegría…
si la hora de irme llegar pronto, ¿me lo prometes que no llorarás de tristeza?
- Papá… - se me soltaba toda la emoción
que sentía en aquel momento.
- Yo quiero que seas feliz… y lo sé qué
estás feliz con la familia que has construido…
- En el comienzo no te ha gustado a
Pablo…
- … pero eso fue cuando supe que él era
tu novio. Me he equivocado… te ha salido la mayor buena suerte que existe en el
amor… ¿me lo prometes?
- No sé si soy capaz de hacerlo… papá,
eres tan importante que…
- Tu eres fuerte, Ainhoa… ¿quién se ha
atrevido a cuestionar mis decisiones? ¿Quién se fue a estudiar para Ginebra
sola aunque yo no lo quisiese?
- Fui yo… - respondo bajito.
- Eres más fuerte de lo que te crees…
- No… ¿quién seré yo sin ti? – a poco y poco el lloro
casi se me quita la respiración. Yo temblaba solo en pensar en su ausencia. Todo
se parecía a obscuridad sin él. Me dolía. Tenía cuchillos en el corazón.
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