Narra
Ainhoa
Volviendo a Madrid, el coche silencioso
me estaba molestando más que nunca. Su cara lo decía todo, a él le encantaría
saber qué siento yo por dentro. Yo, que viví aislada del mundo por cuatro días,
he dicho una media docena de palabras al hombre que sin nada reclamar
demostraba que en él yo podía encontrar toda la fuerza posible para superar
todo esto.
Me sentía muy mal por eso y no tardé
mucho en desligar aquella música bien tranquila que pasaba en la radio.
- Pablo… - respiro profundamente - …
perdóname por no casi no hablar contigo en estos días, es que yo…
- No tienes que disculparte de nada,
Ainhoa… - me interrumpe - …yo comprendo tu reacción y la respecto, de verdad…
- Solo he reaccionado así porque yo juré
delante de mi padre que… que no lloraría por su muerte… - mi garganta se queda
presa en un nudo gigante y ni la respiración forzada me aliviaba un poco - … lo
sé que estabas muy preocupado conmigo…
- Tranquila… lo sabía que tenías que
reflexionar y por eso yo respecté tu silencio. Lo que importa es que estés
bien…
- Yo estoy bien porque te tengo a mi
lado en todos los momentos… - mi ángel amoroso de mi interior se hace soltar
con estas palabras. Con una respuesta muy sonriente que he recibido, yo suelto
el brillo de mi sonrisa, hecha una adolescente o quizás una niña.
La vida empezaba a seguir adelante sin
jamás olvidarme de una de las personas más importantes de mi vida. Sigue vivo
para mí, sigue sacándome sonrisas cuando recuerdo el pasado y de esos pequeños
detalles hacen toda la diferencia.
Todo seguía, así como este embarazo tan
deseado y esperado. Todo seguía perfecto, aunque no pudiese descuidarme un
poco.
Se celebraban los ocho meses, unos doce
kilos hasta ahora, unas ganas inmensas de comer tortillas y la incerteza con el
sexo del bebé. Primeramente me han dicho que sería una niña, ahora me dicen que
es un niño y seguimos todos con la duda, que luego se quitó en una consulta:
- De hecho, es un niño…
- ¿Seguro?
- Sí, seguro… puede estar segura,
Ainhoa, ¡de allí vaya nascer un niño muy saludable!
- ¡Qué bueno!
Salí de la consulta riéndome conmigo
misma. Ahora estoy segura que sigo cargando un Pablito y no podía estar mejor.
El mundo parece ser aún más bonito de lo que pensaba. Me siento bien y se me
viene el pedido muy especial de mi padre a mi mente: “A ver si cuidas bien de
esa preciosidad que está viniendo…”.
- Qué cara tienes, mi amor… - comenta
Pablo justo cuando entro en casa.
- ¿Yo?
- ¿Yo veo ahí una sonrisa?
- Pues… quizás veas una sonrisa…
- ¿Quizás? Venga, tienes algo para
contarme…
- ¿Algo para contarte?
- Sí, tú… venga…
- ¡Mamá, mamá! – de su habitación sale
corriendo la peque con toda la velocidad que tenía - ¿Ya sabes si es un niño o
una niña? ¡Dímelo, dímelo!
- Pues… - hago de todo para no perderme
de risa hacía la cara de curiosidad de los dos - … bueno, es un bebé…
- Eso no dice nada, mamá…
- Lo veo que no tendré otra solución
sino la de decir, ¿verdad?
- Mujer, ¡ya la deberías estar diciendo!
- Vale, vale… es… ¡es un niño!
Con esto recibo el mejor abrazo del
mundo: el abrazo de los dos mayores amores de mi vida juntos. Nada mejor que
llegar a casa y verlos sonriendo. Sonrío aún más y la palabra “familia” asume
aún más importancia a cada día que pasa.
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