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sábado, 8 de noviembre de 2014

12. Entre la espada y la pared



Narra Ainhoa
Después de tantos días agitados, por fin tengo la oportunidad de mirar el calendario... miércoles, 18 de marzo...
Hace diez días que mi padre descubrió el cáncer y quedán cuatro días para una fecha muy especial: el cumpleaños de Ainhoa. Nadie se lo imagina en la exaltación que anda la niña en saber que en pocos días tendrá su día y que vaya cumplir sus cinco añitos.
Son cosas buenas y malas todas mezcladas en la rutina, pero, bueno, seguir adelante es la solución que todo vaya tener buenos finales.
Hablando de buenos finales, algo no tuve un final así tan positivo como lo esperaba y se llama TRABAJO. Sí, sí, trabajo, él mismo que justo en la primera semana me quita de casa y me hace estar 24 horas constantes en el lugar del trabajo. Precioso, no?
Utilizo la ironía para no enfadarme más de lo que ya estoy con todo esto. Además de un jefe pidiendo lo imposible, tengo a la peque triste por no verme y a Pablo cerco de un estado de rabia que entre nosotros las conversaciones terminan muy mal.
- Madre mía, pero esto vaya ser así? - me pregunta muy enfadado.
- Así cómo, Pablo?
- Y todavía me preguntas? Cuentame lo tiempo que ahora lo pasas con nosotros todos juntos? Dímelo!
- Yo lo sé que es muy poco y as veces es casi ninguno, pero qué quieres qué te haga? Qué deje mi trabajo?
- Pues a mí me parece lo ideal...
- Por supuesto que sí y después yo me quedo una inútil, eh? Lo sabes perfectamente que yo no aguanto estar en casa días tras días, constantemente...
- Tu solo estás trabajando porque quieres y tu lo sabes! Yo desde el comienzo que te he dicho que mi rendimiento es más que suficiente para todo! Además de eso, dónde se queda la niña en el medio de todo esto?
- Te crees que a mí no me cuesta pasar tanto tiempo lejos de ella? No lo sabes lo que siento cuando salgo de aquí por la mañana...
- No lo parece... sino ya habías cambiado algo...
- Por supuesto que sí... como si yo fuise quién da las normas del trabajo! - le respondo con la ironía mezclada con los nervios a la flor de la piel.
- Entonces si no puedes dar las normas, dejas el trabajo, no?
- Es eso lo que quieres, Pablo? Yo dejo de trabajar, pero vamos a ver por cuánto tiempo nos vamos a aguantar a todos!
- Verás que todo vaya cambiar!
- Es mejor que comienzes a orar para que nada cambie para peor, Pablo...
Él nada me respondió y yo, sin contestar nada, salgo del salón rumbo a la habitación para coger mi bolso. Me miro al espejo y aquel sencillo objecto parecía querer decirme algo. Casi me saltaban las lagrimas, que discutir con Pablo no es lo que más me agrada, odio con todos mis dientes.
- Mamá, por la tarde nos vamos al parque? - me pregunta la niña junto a la puerta.
- Por supuesto que nos vamos, cariño... te lo prometo, eh?
- Te quiero... - me abraza
Ya dentro del coche, corriendo casi mitad de la ciudad de Madrid, yo en el silencio pensaba en el estado en que aquella discusión me había puesto: sin duda que estaba entre la espada y la pared.
La espada era mi trabajo y la pared la familia y tenía yo que elegir uno de ellos para no hacerme daño. Sin pensar dos veces, elegí la família, a pesar de haber elegido con miedo, ya que tengo el insitinto diciéndome de que algo vaya sucederse y tengo la impresión de que no será cosa buena.
Sin corage para confrontar duramente, en tan solo cinco minutos llego a Martín y le digo con todas las palabras que aquí terminaba aquello que había empezado, una de las más duras pero más grande experiencia en mi profesión.
- Estás segura de que quieres salir? - me pregunta sorprendido con lo que le había dicho.
- Sí, estoy segura... es todo una cuestión de prioridades y mi família está por encima de todo...
- Yo no te voy a juzgar, Ainhoa... si es eso que quieres, hazlo... solo me queda decirtelo que seas feliz y que tienes aquí un amigo para lo que necesitas, vale?
- Muchas gracias...
Salía por la última vez por aquella puerta, con la sensación de que había cerrado un capítulo para dejar que otro no tuviese su fin. En aquel momento, necesitaba del poder de la cafeína, entré en un bar y sonaba uno de los sonidos más familiares:

Tenía ganas ya
De pasar junto a ti
Unos minutos soñando,
Sin un reloj que cuente las caricias que te voy dando.
Juramento de sal y limón,
Prometimos querernos los dos.
Te he echado de menos
Todo este tiempo
He pensado en tu sonrisa y en tu forma de caminar...”

Era paz la sensación que sentía junto a aquel olor del café, por entre la gente sentada en las mesas charlando y riéndose, con aquella canción en tono bajito sonando.
- Quiero algo más, señorita? - me pregunta el camarero después de haber dado mi café.
- Sí... - respondo - … quiero la cuenta y una pizca de felicidad de la buena, por favor...

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