Narra
Ainhoa
Abro
mi bolso y el primer objecto que vino a mi mano fue la carta que
había escrito a mi abuela. Ella ya estaba por allí hace muchos
días, ha pasado el cumple de Ainhoa, otro finde más y por fin la
quito del bolso. Estaba doblada, el blanco de la hoja relucía letras
en azul, del boli de que yo escribi todas aquellas palabras en un
acto de desespero.
Escribo
a mi abuela todas las veces que siento esa necesidad. Las escribo y
todas las veces que vuelva a mi tierra, las pongo en su casa, dónde
yo puedo entrar todas las veces que quiera.
Eso
mismo hizo cuando una vez más vuelvo a León por mi padre. Entro en
la casa y se hace sentir el olor que siempre tuve. Era el comienzo de
un viaje de recuerdos que en esta vez tenía la compañía de Ainhoa
y de Pablo.
Los
dos no lo saben el grande valor que tiene esta casa para mí. Aquí
he pasado todos los días cuando mi padre y mi madre estaban
trabajando, junto a mis hermanos, haciendo de esta casa un castillo
para descubrir.
-
Mamá, esta es la muñeca que tenías en tu foto de niña?
Al
ver dónde ella estaba, veo aquella muñeca de vestido azul y pelo
marrón. Yo la llamaba Paula y tiene este nombre gracias a mi
abuela. Ella siempre me lo decía que tenía la sensación de que
este nombre iba a ser importante en mi vida pero hasta hoy, no asume
esa importancia que ella tanto afirmaba. También me lo informó un
día que, primeramente, yo iba a llamarme Paula, pero como a mi
padre no le gustaba ese nombre, me he quedado con el nombre Ainhoa.
-
Sí, es esa mismo... - respondo.
-
Es muy mona... - la tomaba en sus brazos como si de un bebé se
tratara. En Ainhoa yo veía la situación igual al del día en que
recebí esa muñeca de regalo por las manos de mi abuelo José. Ella
estaba haciendo todo lo que hizo en ese día: tomarla en brazos,
cantarle una canción y jamás largarla.
-
Todavía existe esa muñeca? - pregunta Pablo, que ya había visto un
montón de veces la foto dónde yo aparezco con siete años y con la
muñeca en mi regazo.
-
Parece que sí... ya no me recordaba de su existencia...
-
Sigue igual... - después me mira muy serio – Por fin me lo vas a
decir porqué has venido aquí?
-
Para dejar esta carta... - exhibo la carta.
-
Porqué dejas cartas aquí?
-
Sabes, yo no lo sé muy bien... todo ha empezado cuando ella se
murió. Yo vino aquí y escribí algo para ella y he dejado en su
habitación... algo me dice para dejarlas en su casa y es lo que
hago...
Narra
Pedro
Aunque
todavía me lo parezca un poco extraño, me encanta ver a Ainhoa con
Pablo y con la pequeñita. Los tres hacen una familia genial y se
nota a kilómetros que todos se quieren de una forma imaginable.
Es
bueno ver que tu hermana pequeñita, la que siempre ha sido la
“muchacha rebelde” de la familia, que ya ha puesto un poco los
pies en la tierra y empezó a formar una familia. Me lo encantaría
verla por los mejores motivos pero, de hecho, no lo son. Una vez más
nos encontramos en un hospital, por mi padre estar aquí otra vez,
con cada vez teniendo notícias malas. El panorama de su estado no es
lo más positivo y puedo sentir que Ainhoa tiembla al pensar en lo
que puede suceder repentinamente.
Ella
casi no habla con mi madre, otra más que se ha afundado en puntos
negativos y jamás se levanta. Mi madre lamenta, se prepara para lo
peor y Ainhoa sufre, en un silencio que hasta a Pablo le molesta por
no saber en lo que podrá ayudar.
Yo
intento buscar todo lo que sea positivo para no caerme porque tengo
la esperanza de que todavía mi Antonio vaya aprender todo sobre
aviones y pájaros por la mano de su abueo, así como yo aprendí y
mis hermanos.
Estaba
yo y Ainhoa, juntamente con Mario, en la habitación dónde estaba mi
padre. Solamente el padre con sus hijos. Poco hemos hablado, pero sin
saber muy bien el porqué, cada uno de nosotros recibimos una carta.
Tenía su letra y su forma especial de hacer los “Q”. la había
escrito en la noche anterior y fue la primera carta que he recibido
de mi padre. No soy un hombre para llorar, pero, en esta vez, se me
caían por la emoción de sus palabras.
“Mi
hijo querido Pedro,
Yo
lo sé que debería decir todo lo que escribé aquí cara a cara,
pero mis fuerzas y mis sentimientos ya no me dejan hacerlo. Aunque
esté frágil por todo, todavía las fuerzas son suficientes para
tomar un bolígrafo y en una hoja y escribirte.
Los
dos sabemos de las discusiones que hemos tenido, pero eso ahora no
importa. Lo que tengo a decirte es que estoy muy orgulloso de tí. Me
conoces muy bien y lo sabes que algunos sentimientos no lo demuestro,
pero ese es tu padre antes de caerse en una camilla de hospital , en
un cáncer que muy probablemente me quitará la vida muy pronto.
Haz
formado una família muy bonita, que merece todo el respecto,
admiración y felicidad. Has eligido bien tu compañera y con el
nacimiento de ese pequeñito Antonio, tiene todo para resultar. Lo sé
que os quieres mucho y por eso espero que jamás te metas por caminos
malos como yo lo hizo con mi familia, con vosotros.
Me
arrepiendo de haber pasado tanto tiempo lejos de tí y de tus
hermanos, si pudiera volver atrás, todo sería diferente. No asistí
a algunos de vuestros momentos más importantes, pero quiero que
sepas que no fue por no quererte, por no querer a tus hermanos, como
una vez me lo has atirado a la cara, te recuerdas? Lo sé que estás
arrependido y quiero que lo sepas, aunque nunca te lo había dicho,
que te perdoné y te comprendí, de verdad.
Haz
hecho algunas tonterías y algunas pensabas tu que yo no las sabía.
Siempre supe de todo y nunca te he dado castigos, porque te conozco
mejor que a mí mismo. Te has arrepentido por haber dicho a Sara de
que Ainhoa, tu própria hermana, era tu novia. Habéis disfrazado por
unas semanas, lo sé y lo sé también que tu ya tenías conocimiento
de que Mario iba a casarse con Juana antes de toda la familia haber
tenido conocimiento. Siempre has sido el primer a saber de todas las
notícias entre tus hermanos y eso es bueno, es la prova que lo
llevas genial con ellos.
Para
terminar esta carta, que mis lagrimas ya se caen como lluvia, te pido
para que seas feliz a tu manera.
Aprovecha
la vida y haz de todo para vivir los momentos más importantes de tu
hijo junto a él. Nada es peor para un padre que saber que no ha
estado con su hijo cuando él más necesitaba. Cuida de tu madre, de
la misma manera que yo la cuidaba por quererle tanto. Lo sé que está
sufriendo y tu podrás quitar un poco su dolor con tu energía
positiva.
Déjame
partir en paz con todos, la quimioterapía me está matando a cada
día y lo sé que de aquí, de esta camilla del hospital, me voy para
junto de tu tío Manuel y de tus bisabuelos, mis abuelos queridos.
A
tus abuelos, mis queridos padres, que no lloren por mí ni vosotros
deberéis hacerlo. No quiero lagrimas, no quiero canciones tristes,
quiero alegría y tranquilidad por saber de que estoy caminando hacía
la paz de que tanto merezco. Me voy a juntar a quién ha dejado este
mundo antes de mí.
Te
quiero mucho, Pedro...
Un
abrazo eterno de tu padre,
Enrique
Martínez Cabanillas”
No hay comentarios:
Publicar un comentario