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miércoles, 19 de noviembre de 2014

15. El baile de una realidad

Narra Pablo
La cara de susto de Ainhoa al salir de la habitación del hospital junto a sus hermanos era muy rara. Los tres no decían nada, cada uno venía con una carta en su mano y nadie lo sabía que sería lo que estaría escrito. Se han puesto lejos de cada uno, en un rincón, y abrían la carta. Pedro fue el primero y fue también la primera persona a abandonar el pasillo del hospital en lagrimas. Sara corría hacía él, sin saber lo que se estaba pasando. Pilar, sentada y sin nada decir, miraba toda aquella escena y bajaba la cabeza, ahogando las lagrimas para ella misma, sin hacer ni tan solo un ruído.
Ainhoa abría la carta y ni ha dado el tiempo suficiente para leerla entera. La cerró con toda la velocidad y sin permiso entra de nuevo en la habitación dónde estaba Enrique. La puerta se cerraba y en pocos minutos se abría de nuevo ya con Ainhoa entre lagrimas de sal y dolor.
Corrió rumbo a la salida y yo corría para no perder su rastro. Para junto al coche en el aparcamiento, se gira y solo me dice:
- Yo tengo que salir de aquí ya, Pablo...
Sin nada responder, yo entro en el coche y ella haz lo mismo. No hablamos nada. En aquel momento las palabras solo pertubaban, la ausencia de ellas era lo ideal para no hacer más intensa el dolor que se sentía.
- Pablo... - murmura.
- Sshhh... no digas nada, vale? - le contesto bajito. Agarro su mano y la acaricio y esto fue el “click” para que Ainhoa desahogarse todo aquello que desde mucho tiempo estaba guardando en su interior. Salada caía la lluvia por su rosto, lagrimas de dolor, de puro sal, amargas en su todo y sin nada de dulzura.
Me dolía también toda esta situación. Ver a alguien tan fuerte, con tanta personalidad, dejándose caerse por la muerte, rendido a un destino que nadie lo sabe cuando llegará, duele y te marca para un siempre.
De hecho, Enrique estaba muriéndose a poco y poco, se notaba la fatiga, las guerras en que había batallado y llegó al momento de dejarse llevar. La vida todavía no le había hecho eso, pero él esperaba, haciendo la despedida que quería.
La realidad no es como él está pensando. Según los medicos, ahora solo queda dejar la quimioterapía y vivir la vida. Nadie puede asegurar por cuanto tiempo vaya vivir, si es una semana, un mes, un año o tal vez más, nadie lo arriesga.
En la casa de sus padres, que estaba vacía, descubrí con mi pequeñita quizás de los tesoros más bien guardados de esta casa. Era una caja que estaba junto al piano de Ainhoa, el primero que ha recibido en toda su vida. Estaba casi toda cubierta por el polvo, pero con los soplos de los dos, se descubre que aquella caja era verde. Al abrir, se aparecen fotos de Ainhoa y de Pedro, en los tiempos en que ellos, muy jóvenes, bailaban.
- Papá... esta es mamá?
- Sí...
- Ella ha sido una ballerina?
- Pues... me lo parece que sí... - al tocar en todo que tenía la caja, se descubre algunos discos que habían dejado a la peque en un éxtasis imposible de controlarse:
- Yo quiero bailar, papá! Baila conmigo! - se aleja de mi corriendo hacía las escaleras, subiéndolas muy rápido y luego se escucha venido del piso de arriba:
- Mamá! Mamá! Viene conmigo!
Agarrando la mano de Ainhoa, la rubita baja las escaleras y luego haz la pregunta más obvia que se podía imaginar:
- Mamá, tu has sido una ballerina con el tito Pedro?
Al ver la caja en el suelo, Ainhoa sonreí, algo que hace días que no sucedía.
- Sí... yo he bailado por muchos años en el cole...
- Baila un poquito, porfi, porfi, porfi... - ella utiliza su típica cara de inocente, la que es imposible hacer con que nosotros le contestemos con un “no”.
- Cómo puedo bailar si no tengo mi par?
- Cómo no? Bailas con papá...
- Yo?!? - pregunto muy sorprendido – Yo no sé bailar, pequeñita...
- Que sí, que lo sabes... anda, baila con mamá...
- No lo intentes, Pablo... ella no vaya cambiar su posición...
- Venga, pone la música...
Ya lo sabía que “competir” con ella iba a ser la misión imposible, Ainhoa tiene los pies como plumas y ellos se mueven de uma manera iniguable y yo tengo los pies como plomo y no se mueven para nada.
De su mirada triste se pasa a una mirada más alegre y lo pude sentir, de manera muy cerca, con su cuerpo bien junto al mío que todo aquel que hemos bailado estaba siendo su arma para quitarse de malas energías, las tantas energías malas que estaba recibiendo.
Al compás del tango, con el público más especial de todos, aquel salón, que no era el mayor del mundo, parecía el infinito. Entre los compás de la canción sin embargo escucho, bien cerco a mi oído su risa y parecía el despertar. Era el despertar de una nueva Ainhoa, liberta de puntos negativos, que cuando se ponía cara a cara conmigo, me hacía temblar.
Mis piernas y manos temblaban porque en un rato me entero de un grande relatorio de mi vida en casi dos años... había encontrado la mujer de mi vida y ya tengo a una hija a quién doy mi vida entera si se trata de continuar con su vida. Me muero por la pequeña, por mis dos pequeñitas, que para mí, la mujer de mi vida siempre será “mi niña” y no importa la edad que tenga.

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