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lunes, 6 de octubre de 2014

4. Una puerta mágica

Narra Ainhoa
Se le había caído un bombazo de noticia por encima. La rubita no se movía, solo unas lagrimas daban las señales de que estaba viva y que estaba escuchando todo aquello, la noticia que todos los niños en la misma situación que ella desean escuchar.
- De verdad que eres mi madre? - me pregunta ya pasaban largos minutos.
- Sí... yo soy oficialmente tu madre, prince...
Me interrumpe la frase con el abrazo más apretado y lleno de cariño, felicidad que jamás había recibido en toda mi vida. Os juro. El sabor de aquel abrazo, manifestación de una felicidad tan bonita en que yo había sido una de las causas, era la mejor sensación que jamás había sentido.
En mi corazón se sentía de que nos conocíamos desde siempre, la necesidad de cuidarla más que a mi misma, dispuesta a renunciar a determinadas cosas que me gustan para darlas a ella.
Me sentía que era esto una de las mayores razones de mi existencia, uno de los muchos “porqués” de haber nacido. Cuidar de alguien más que mi, ver un ser humano crecer, enseñarle una y otra cosa más, aprender a valorar las pequeñas cosas de la vida y el abrazo mucho más. Es de las manifestaciones más sinceras para mí, un abrazo, cuando es verdadero, tiene un color especial y eso se siente.
- Mmmmm.... - sollozaba la niña en mis brazos, entre lagrimas - … te... te quiero... mmm... mamá...
Si ya tenía el corazón hecho en un cristal, ahora se me lo había roto ese mismo cristal con aquella sencilla palabra. “Mamá”. Me ha puesto de lagrimas caídas, de corazón apretado de ternura, emoción en la piel. Parecía que estaba en un suelo de algodón. Era la convicción de que no iba a arrenpentirme de esta decisión, me llenó el corazón con un gesto tan sencillo. El mundo estaba parado en aquel momento, quería que aquel momento fuise eterno, que aquel abrazo jamás se terminara.
Recogí fuerzas del infinito, las puso en mis brazos y ellos hacían el bonito gesto de ponerla entre ellos, las dos tan juntas que parecíamos una sola persona y, de hecho, es cierto que tanto yo como la pequeñita nos sentíamos así.
- Si tu eres mi mamá... - me miraba con aquellos ojitos tan hermosos dibujando emoción de la más pura - … quién es mi papá? Yo tengo un papá, verdad?
- Soy yo... - responde Pablo muy discretamente.
Por un rato, la niña se sentía confusa y no era para menos. Pues quién iba a creerse si alguién le dijiese que una persona como Pablo, tan conocido como es, iba a ser su padre?
- Es broma... - decía la niña inocentemente - … Ainhoa no es tu novia...
- Que sí... que soy su novia... - le afirmo.
- Qué?!? Es verdad?
- Sí... es verdad verdadera... - afirmaba Pablo sonriendo.
Sus ojos la comían de tanta ternura, aquel brillo tan único que solo él tiene, me dejaba con un aire frío en el estomago, que estaba siendo mucha emoción en tan pocos minutos. El temblar de las piernas y de las manos, la emoción corriendo en la sangre, los ojos haciendo mil y uno sacrificios para no dejarse llevar por una marea gigante de lagrimas, las palabras que no salían de la boca; hay momentos tan fuertes emocionalmente que ningún ser humano puede controlarse.
- Vaya... qué suerte! - la admiración mezclada con su inocencia, la típica inocencia de un niño, en que la sinceridad es algo constante, nos llenaba de buenas energías. Ella no se creía, pensaba que estaba ella en una inocentada, las mismas que se pueden testugar en las televisiones.
Solo se enteró de toda esta nueva realidad, aún envuelta en una burbuja de sorpresas, cuando se vía delante de todos los niños en una despedida muy emocionada. No un “adiós eterno”, pero sí un “hasta luego” bien pequeño; a pesar de todo esto, no dejaré de ayudar en lo que sea a favor de todos ellos y mucho menos voy a hacer con que ella pierda el contacto con sus amiguitos, relaciones tan bonitas, tan cercas, que todos los adultos por mucho que desean tener amistades iguales, jamás alcanzan.
Ainhoa parecía que estaba caminando sobre nubes, no se creía en esta nueva realidad. Por todo el camino hacía casa, no ha soltado ni una sola palabra. Se entrenenía mirando las calles de Madrid siempre con el conejito de peluche agarrado a su mano. Juanito, ese mismo conejito, era seguramente su pilar esencial para una nueva realidad. Me lo creo que es de los peluches que ya tenía cuando entré en la institución por la primera vez; ella aprendía a caminar sola, soltaba las primeras veces, esta misma rubita que tenía los rizos más perfectos que se podía imaginar. No le soltaba ni por nada, ni siquiera para abrirse la puerta del apartamento. Parecía una parte de su cuerpo, aquel conejito azul, ya con un ojo ya un poco estropeado. Que tiene su gracia y lo sé que es de las cosas más importantes para ella.
- Pues... hay aquí un grande problema... - decía Pablo cuando ya estábamos en casa – Tu tendrás que dormirte en el sofá... - miraba la niña tan serio, pero tan serio que yo casi no me aguantaba de tanta risa.
- En el sofá? - se acercó del sofá y lo miraba con la mayor atención - … sin almohada? ...sin nada?
- Sin nada... - le respondió.
Por un rato dibuja su cara de desconfianza para con las palabras de Pablo y en ese mismo momento, me dejo llevar por una marea de carcajadas sin fin.
- Qué malo eres! - contestaba.
- Que sí... que soy mu'mu'malote! - Pablo toma la niña en su brazos y la puso soltando carcajadas infinitas haciendo cosquillas sin parar, la mayor de sus debilidades. Aquel acento andaluz que por veces se suelta de una forma tan especial, era la cosa más graciosa que se podía escuchar, mezclado con el sonido de las carcajadas de la peque; era una canción harmoniosa, como si estuviese saliendo de un lugar lleno de ángeles.
Sin embargo ya la veía a cuestas de Pablo, el lugar más alto que podía estar y los dos juntos comienzan la búsqueda por la puerta de que sería su habitación.
- Por dónde empezamos?
- Con la de la derecha... - Pablo, segurando la niña a cuestas, abre la puerta de la derecha – Esto es el baño! - comentaba ella – La de la izquierda!
- La izquierda?
- Sí...
- Pues... - abre la puerta – Me lo creo que no será muy gracioso dormir en el escritorio, verdad?
- No... - mira para su lado izquierdo, casi en el fin del pasillo y señala con el brazo – Es aquella puerta!
- Vayámonos... pero tu tienes que decirme el camino!
- Un paso para la derecha... - ordenaba Ainhoa.
Pablo da un paso para la izquierda.
- He dicho para la derecha, papá!
- Vale... - da un paso para la derecha – Y ahora?
- Ahora camina hacía frente... - siempre hacía el opuesto de lo que ella decía y los dos se llevaban genial con esa búsqueda sin fin por esa “puerta mágica”, que cada vez más se quedaba cada más cerca de ellos.
Lo que la rubita por cierto no estaba imaginando, es que por detrás de esa puerta iba a aparecer la sorpresa de todas las sorpresas. Yo lo sabía que todas aquellas horas pasadas pensando en cada detalle de la habitación iban a merecer la pena.

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