Narra
Ainhoa
Se
le había caído un bombazo de noticia por encima. La rubita no se
movía, solo unas lagrimas daban las señales de que estaba viva y
que estaba escuchando todo aquello, la noticia que todos los niños
en la misma situación que ella desean escuchar.
-
De verdad que eres mi madre? - me pregunta ya pasaban largos minutos.
-
Sí... yo soy oficialmente tu madre, prince...
Me
interrumpe la frase con el abrazo más apretado y lleno de cariño,
felicidad que jamás había recibido en toda mi vida. Os juro. El
sabor de aquel abrazo, manifestación de una felicidad tan bonita en
que yo había sido una de las causas, era la mejor sensación que
jamás había sentido.
En
mi corazón se sentía de que nos conocíamos desde siempre, la
necesidad de cuidarla más que a mi misma, dispuesta a renunciar a
determinadas cosas que me gustan para darlas a ella.
Me
sentía que era esto una de las mayores razones de mi existencia, uno
de los muchos “porqués” de haber nacido. Cuidar de alguien más
que mi, ver un ser humano crecer, enseñarle una y otra cosa más,
aprender a valorar las pequeñas cosas de la vida y el abrazo mucho
más. Es de las manifestaciones más sinceras para mí, un abrazo,
cuando es verdadero, tiene un color especial y eso se siente.
-
Mmmmm.... - sollozaba la niña en mis brazos, entre lagrimas - …
te... te quiero... mmm... mamá...
Si
ya tenía el corazón hecho en un cristal, ahora se me lo había roto
ese mismo cristal con aquella sencilla palabra. “Mamá”. Me ha
puesto de lagrimas caídas, de corazón apretado de ternura, emoción
en la piel. Parecía que estaba en un suelo de algodón. Era la
convicción de que no iba a arrenpentirme de esta decisión, me llenó
el corazón con un gesto tan sencillo. El mundo estaba parado en
aquel momento, quería que aquel momento fuise eterno, que aquel
abrazo jamás se terminara.
Recogí
fuerzas del infinito, las puso en mis brazos y ellos hacían el
bonito gesto de ponerla entre ellos, las dos tan juntas que
parecíamos una sola persona y, de hecho, es cierto que tanto yo como
la pequeñita nos sentíamos así.
-
Si tu eres mi mamá... - me miraba con aquellos ojitos tan hermosos
dibujando emoción de la más pura - … quién es mi papá? Yo tengo
un papá, verdad?
-
Soy yo... - responde Pablo muy discretamente.
Por
un rato, la niña se sentía confusa y no era para menos. Pues quién
iba a creerse si alguién le dijiese que una persona como Pablo, tan
conocido como es, iba a ser su padre?
-
Es broma... - decía la niña inocentemente - … Ainhoa no es tu
novia...
-
Que sí... que soy su novia... - le afirmo.
-
Qué?!? Es verdad?
-
Sí... es verdad verdadera... - afirmaba Pablo sonriendo.
Sus
ojos la comían de tanta ternura, aquel brillo tan único que solo él
tiene, me dejaba con un aire frío en el estomago, que estaba siendo
mucha emoción en tan pocos minutos. El temblar de las piernas y de
las manos, la emoción corriendo en la sangre, los ojos haciendo mil
y uno sacrificios para no dejarse llevar por una marea gigante de
lagrimas, las palabras que no salían de la boca; hay momentos tan
fuertes emocionalmente que ningún ser humano puede controlarse.
-
Vaya... qué suerte! - la admiración mezclada con su inocencia, la
típica inocencia de un niño, en que la sinceridad es algo
constante, nos llenaba de buenas energías. Ella no se creía,
pensaba que estaba ella en una inocentada, las mismas que se pueden
testugar en las televisiones.
Solo
se enteró de toda esta nueva realidad, aún envuelta en una burbuja
de sorpresas, cuando se vía delante de todos los niños en una
despedida muy emocionada. No un “adiós eterno”, pero sí un
“hasta luego” bien pequeño; a pesar de todo esto, no dejaré de
ayudar en lo que sea a favor de todos ellos y mucho menos voy a
hacer con que ella pierda el contacto con sus amiguitos, relaciones
tan bonitas, tan cercas, que todos los adultos por mucho que desean
tener amistades iguales, jamás alcanzan.
Ainhoa
parecía que estaba caminando sobre nubes, no se creía en esta nueva
realidad. Por todo el camino hacía casa, no ha soltado ni una sola
palabra. Se entrenenía mirando las calles de Madrid siempre con el
conejito de peluche agarrado a su mano. Juanito, ese mismo conejito,
era seguramente su pilar esencial para una nueva realidad. Me lo creo
que es de los peluches que ya tenía cuando entré en la institución
por la primera vez; ella aprendía a caminar sola, soltaba las
primeras veces, esta misma rubita que tenía los rizos más perfectos
que se podía imaginar. No le soltaba ni por nada, ni siquiera para
abrirse la puerta del apartamento. Parecía una parte de su cuerpo,
aquel conejito azul, ya con un ojo ya un poco estropeado. Que tiene
su gracia y lo sé que es de las cosas más importantes para ella.
-
Pues... hay aquí un grande problema... - decía Pablo cuando ya
estábamos en casa – Tu tendrás que dormirte en el sofá... -
miraba la niña tan serio, pero tan serio que yo casi no me aguantaba
de tanta risa.
-
En el sofá? - se acercó del sofá y lo miraba con la mayor atención
- … sin almohada? ...sin nada?
-
Sin nada... - le respondió.
Por
un rato dibuja su cara de desconfianza para con las palabras de Pablo
y en ese mismo momento, me dejo llevar por una marea de carcajadas
sin fin.
-
Qué malo eres! - contestaba.
-
Que sí... que soy mu'mu'malote! - Pablo toma la niña en su brazos y
la puso soltando carcajadas infinitas haciendo cosquillas sin parar,
la mayor de sus debilidades. Aquel acento andaluz que por veces se
suelta de una forma tan especial, era la cosa más graciosa que se
podía escuchar, mezclado con el sonido de las carcajadas de la
peque; era una canción harmoniosa, como si estuviese saliendo de un
lugar lleno de ángeles.
Sin
embargo ya la veía a cuestas de Pablo, el lugar más alto que podía
estar y los dos juntos comienzan la búsqueda por la puerta de que
sería su habitación.
-
Por dónde empezamos?
-
Con la de la derecha... - Pablo, segurando la niña a cuestas, abre
la puerta de la derecha – Esto es el baño! - comentaba ella – La
de la izquierda!
-
La izquierda?
-
Sí...
-
Pues... - abre la puerta – Me lo creo que no será muy gracioso
dormir en el escritorio, verdad?
-
No... - mira para su lado izquierdo, casi en el fin del pasillo y
señala con el brazo – Es aquella puerta!
-
Vayámonos... pero tu tienes que decirme el camino!
-
Un paso para la derecha... - ordenaba Ainhoa.
Pablo
da un paso para la izquierda.
-
He dicho para la derecha, papá!
-
Vale... - da un paso para la derecha – Y ahora?
-
Ahora camina hacía frente... - siempre hacía el opuesto de lo que
ella decía y los dos se llevaban genial con esa búsqueda sin fin
por esa “puerta mágica”, que cada vez más se quedaba cada más
cerca de ellos.
Lo
que la rubita por cierto no estaba imaginando, es que por detrás de
esa puerta iba a aparecer la sorpresa de todas las sorpresas. Yo lo
sabía que todas aquellas horas pasadas pensando en cada detalle de
la habitación iban a merecer la pena.
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