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miércoles, 11 de marzo de 2015

40. Un día especial

Narra Ainhoa
(Un mes y medio después)
- Ainhoa!! Cariño, es mejor que estés lista sino tendremos muchos problemas!! - desde el otro lado de la puerta escuchaba a mi madre, quizás más nerviosa que yo. A todo el mundo se le parecían que habían puesto unas pilas super potentes, porque nadie paraba por tan solo un segundo y me dejaban todavía más nerviosa. Por suerte, tuve mi momento de tranquilidad en la habitación.
El sol malagueño entraba por la ventana y se espejaba en el espejo dónde yo me contemplaba a mi misma con aquel vestido. Me sentía super bien en ello y todo parecía un sueño. El día que tantas ganas tenía había llegado y solo me estaba dando cuenta ahora mismo.
Un auténtico bonito cuento de hadas empezaba allí mismo, justo en el segundo que mis ojos se deparan conmigo vestida con semejante prenda, salida, quizás, de un sueño.
Mi pelo al natural y el blanco reluciente de mi vestido brillaban en mí y me daban la sensación de que un nuevo capitulo estaba empezando ahora mismo y que iba a quedarse bien formado muy pronto. Me giraba para la derecha, otra vez a la izquierda, para tener la certeza que no estaría faltando ningún detalle.
- Mamá... - entraba la peque por la habitación. Estaba hecha una princesa, más guapa que yo, por cierto y casi se me saltaban las lagrimas viendo a mi niña dibujando aquella sonrisa que tanta felicidade me regala todos los días.
- Estás tan bonita... - me lo decía sin quitar los ojos de mi vestido - … el tito Mario ya te está esperando, anda...anda... no podemos dejar a papá esperando!
Busco mi manojo de rosas blancas y luego caminé mano a mano con ella. Abrí la puerta y en primer plano veo a mi madre, ya intentando aguantarse con todas las lagrimas que tenía para soltar al verme. De hecho, yo también estaba así, pero las aguanté por poco tiempo.
- Hija, estás tan... - llega mi padre con su traje de general y ahí las lagrimas se disparaban por mis ojos de una forma inigualable. Lo sabía que estaba haciendo un esfuerzo tremendo para poder caminar solo, para aguantarse con tanta emoción, por que el cáncer estaba en su estado más horrible, muy grave y sin cura. Nadie lo sabía, todavía, cómo estaba aguantando con tanta emoción.
Hace casi un mes que seguimos todos contando cada segundo de su vida. Nuestra esperanza ahora solo vive en el querer vivir lo más que pueda y cualquier momento puede ser el fin de todo. Me sentía afortunada por el cáncer haber dado una oportunidad, la grande oportunidad para mi padre realizar su sueño más grande: llevarme hacía el altar en mi matrimonio.
- … estás tan preciosa, hija mía... - se puso entre mis brazos y en un abrazo lleno de sentimiento nos fundimos como si de la última vez se tratara.
- Papá, no llores más, por favor... - le decía yo ya entre lagrimas.
- Después de esto ya puedo morirme feliz...
- Deja de decir tonterías... - comento - … todavía nos tendrás que aguantarnos por muchos años...
- Me encantaría que fuera así como dices... pero lo sabes perfectamente que...
- Oye, dejemonos de tristezas... - llega Mario - … hoy es día de pura alegría... y es mejor que nos vayamos sino tomaremos el riesgo de que el novio tenga un ataque de nervios!
- Vamos... - dice mi padre dibujando una sonrisa y limpiando las lagrimas - … nos vamos que todavía nos vamos a pasar muchos minutos poniendo a esta princesa... perdón, a esta diosa en el coche...

Narra Pablo
- Que entres ya en el coche o llegaremos después de Ainhoa... - decía mi hermana tras unos largos minutos haciendo su larga verificación a ver si mi traje estaba perfecto.
Los nervios eran cada vez más intensos con el pasar del tiempo. Me lo imaginaba cómo estaría Ainhoa, cómo todo iba a sucederse, pero por cierto todo lo que estaría pensando no sucedería así. Lo que no quería pensar de manera ninguna sería la tradición de la prometida siempre llegar retrasada. No quería pensar en ello, no lo sé si podría aguantarme aún más tiempo esperando por ella cuando lo que quería de verdad era de ver ya el estado “casado” en nuestras identificaciones.
- Relájate un poco, hermanito... - me lo suplicaba Casilda - … si puedes controlar los nervios en los concis, también los puedes aguantar ahora...
- No es así como dices... estos nervios son muy distintos...
- Lo sé, pero puedes estar tranquilo... Ainhoa no se va a escapar! Te crees que puede suceder eso?
- No lo sé... ahora mismo no lo sé... nada, no sé nada!
- Qué bobito eres, Pablo!! Si Ainhoa se escapa, te lo aseguro que no existirán más matrimonios en el mundo! Ella no va a dejar al hombre que quiere solo en la iglesia! Hoy no va a pasar nada de malo, hoy solo existirá alegría!!
- Hablando así, todo parece muy fácil, eh!!
- … y lo es, Pablo!! Pero bueno... los nervios no son así tan malos... en unos años te mearás de risa al recordar semejante escena que hiciste!!
- Deja de ser mala, Casilda!
Pronto estábamos en la iglesia y no lo sabía muy bien cómo reaccionar. Empezaba a sudar hecho un loco y a veces las palabras casi no podían soltarse de mi boca. Para ayudar a todo esto, mi hermano se reía con el figurón que estaba haciendo y eso me dejaba más mal de lo que estaba.
Entré en la iglesia, me puso junto al altar y solo miraba la puerta. Contaba los segundos para abrirse, que sería el comienzo de un sueño hecho realidad.
- Estás bien, hijo? - preguntaba mi padre con un cara muy rara al mirarme.
- Sí, yo estoy bien...
- Se nota que estás a gustito, eh!! - me lo decía de una forma muy irónica - Hombre, puedes estar relajado! Afloja un poco la corbata que seguramente te está molestando el cuello...
- Qué bueno que el problema fuise la corbata, papá... - comento bajito.
Mi padre comienza a reírse sin parar y nada me respondió. Mi madre parecía muy relajada, pero cuando el cura le había informado de que quedaban tan solo cinco minutos para la hora combinada de la misa, empezó a quedarse nerviosa, aunque no lo demostrara mucho.
El tiempo pasaba más lento que un caracol y la tensión interior aumentaba a una velocidad estruendosa. Las piernas ya no podían estar inmóviles, el corazón latía tanto que casi se saltaba para fuera de mi cuerpo y la puerta jamás abría.

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