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lunes, 23 de marzo de 2015

44. Ladrona de mi piel

Narra Pablo
Mi mente se llenó de imágenes e ideas de cómo sería seguir el camino de su inspiración y de su amor. Su mirada parecía succionar todo mi ardor y un buen aire lleno de amor empezaba a entrar en mí de una forma inexpicable. Quería hacerme a su temperatura y deslizar suavemente, tan suave que apenas notara mi presencia en ella y nada más.
Sus ojos seguían perplejos mi mirada que parecía que atravesaba su ropa sin límites, y parecía que Ainhoa estaba leyendo mis pensamientos.
Subía la temperatura con nosotros a solas en aquella habitación. La cama llena de pétalos de rosa, unas cuantas velas iluminando por el medio de toda aquella obscuridad tan misteriosa.
La agarré con mis brazos, juntando su cuerpo al mío y un suspiro muy tierno se soltaba. La besé y una corriente invadió nuestros cuerpos al mismo tiempo y nuestra piel parecía salirse de nosotros en una explotación de mil y una cosas juntas.
Muy discretamente mi camisa se desabrochaba y yo me rendía, cayendo y entrando en todo aquel ardor y amor que el aire tomaba cuenta de intensificar a cada segundo que pasaba. El corazón parecía subirme a la boca y de su cuerpo me venían las mejores sensaciones.
El suelo vacío empezaba a llenarse con una y otra prenda y nuestros cuerpos, ya fundidos en un solo, pisaban aquellos pétalos de rosas rojas, en un estilo muy particular.
En ese instante, un gemido se hace escuchar entre nuestros labios, la deseaba tanto o aún más que ella a mí, quería hacerle mía en ese preciso instante, beber su néctar de pasión y llevar aquella diosa al paraíso.
Sus manos parecían saber exactamente el territorio que recorrían mientras las mías en su espalda hacían maravillas. Yo tomaba las riendas de toda aquella noche de puro sexo y de puro amor. “Contigo el cielo es el infinito”, me lo susurraba mientras yo la ponía suspirando de placer y ella me dejaba así, bien loco, loco por sus labios, por su cuerpo, succionando toda mi pasión.
Sin pensar y sin hablar, respirando casi de forma sufocada, dos volcanes explotaban. Éramos nosotros, parando las horas del reloj, deseando que aquella noche jamás terminaba. No era una noche de amor. Era una noche de amor, la noche de nupcias, la noche que era el pasaje para un nuevo capítulo, en lo cual solo deseábamos lo mejor posible.
Dos corazones hambrientos de amor, dos almas que querían gritar al mundo el verdadero sentimiento que es el amor, dos vidas fundidas en una sola. Un amor desabrochado, así, en su estado más natural, intenso. Era el éxtasis total, una auténtica locura.
- Bésame, tápame la boca con tu boca por que quiero arder... - me lo susurraba en tono de provocación.
Lo que hizo yo? Solo digo que sus deseos son órdenes para mí... Fue ella, “ladrona de mi piel”...

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