Narra
Ainhoa
Por
fin llegábamos a la hermosísima isla de Santorini. Esta isla griega
luego me despertó toda la merecida atención por su mar, por su
playa, por su ambiente tan acogedor y caloroso. En todos los rincones
se respiraba naturaleza, libertad, paz y, sobre todo, amor. Vaya isla
romántica que hemos elegido sin saber muy bien lo que nos podía
esperar! Ha sido como uno “elegimos la isla y luego vemos lo que
tendrá”. De hecho, la isla es aún más bella que en aquellas
fotos que ya nos hacía soñar despiertos.
Al
llegar hacía aquella bonita casa blanca que estaba totalmente
reservada para nosotros, me perdí de amores con el vistazo que desde
allí tenía. Era justo frente a una playa de otro mundo, que solo en
sueños puedes imaginar. Pura agua cristalina, las olas casi
inexistentes, arena muy finita y una tranquilidad que te entraba por
el alma y te daba una paz interior estruendosa.
Todo
esto lo digo para no hablar de la auténtica pérdida de amores por
nuestra habitación. Qué más puedo yo desear en aquella casa si
tengo un vistazo para la playa y una habitación con el techo en
cristal, que te permite que veas el cielo por la noche mientras estás
muy tranquilito en la cama? Teniendo la compañía que tengo, lo
puedo afirmar que estoy en un paraíso, sin duda ninguna.
-
Me das tu mano? - pregunta Pablo con aquella mirada que tanto me hace
derretir.
-
Claro... a dónde me llevas?
-
… un poquito más allá del infinito...
No
tuve tiempo para pronunciar ni una sola palabra. Me acercó a él y
sus manos aprisionan mi cuello como solo él sabe hacer. Nos miramos
a los ojos y las palabras no fueron necesarias por que el beso habló
por todo.
En
un paso fugaz saltamos para el sofá y entre una risa y otra, hechos
dos locos enamorados en las inmensas peliculas románticas que por
este mundo dejan a cualquiera con las ganas de amar a alguien.
Todo
esto era una aventura y para empezar de la mejor manera, caminamos
unos cuantos metros hacía la arena. Desde allí, me llegaron los
recuerdos de aquel bonito día en Barcelona, dónde Pablo me
sorprendió en aquella casita junto al mar, dónde en la playa yo
hizo mil y una locuras sin jamás imaginar que nuestra relación
llegaría a matrimonio, tampoco a llegar a un matrimonio con una niña
muy especial, la misma que nos hace de padre y madre constantemente
embobados.
Se
respiraba locura y por eso no fui mujer de resistir a estar allí en
la playa sin meterme en el agua. Luego trato de quitarme el vestido y
de correr hecha una loca rumbo a un mar que de todo era en infinito.
Era solo el infinito y nada más por que el “más allá del
infinito” era el hombre que desde la arena miraba a esa mujer
corriendo como si el mundo acabara en aquel momento. Me miraba, me
sonreía y trató de no dejarme sola.
Aprisioné
su cuello en mis brazos, sin jamás dejar de relucir mi sonrisa que
salía de la forma más natural posible. De hecho, me sentía feliz.
Muy feliz, por cierto. Lo sé que soy afortunada en tener semejante
pareja en mi vida y a veces me pregunto a mi misma si merezco tanta
suerte y tanta felicidad en la vida.
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