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jueves, 26 de marzo de 2015

45. Un poquito más allá del infinito

Narra Ainhoa
Por fin llegábamos a la hermosísima isla de Santorini. Esta isla griega luego me despertó toda la merecida atención por su mar, por su playa, por su ambiente tan acogedor y caloroso. En todos los rincones se respiraba naturaleza, libertad, paz y, sobre todo, amor. Vaya isla romántica que hemos elegido sin saber muy bien lo que nos podía esperar! Ha sido como uno “elegimos la isla y luego vemos lo que tendrá”. De hecho, la isla es aún más bella que en aquellas fotos que ya nos hacía soñar despiertos.
Al llegar hacía aquella bonita casa blanca que estaba totalmente reservada para nosotros, me perdí de amores con el vistazo que desde allí tenía. Era justo frente a una playa de otro mundo, que solo en sueños puedes imaginar. Pura agua cristalina, las olas casi inexistentes, arena muy finita y una tranquilidad que te entraba por el alma y te daba una paz interior estruendosa.
Todo esto lo digo para no hablar de la auténtica pérdida de amores por nuestra habitación. Qué más puedo yo desear en aquella casa si tengo un vistazo para la playa y una habitación con el techo en cristal, que te permite que veas el cielo por la noche mientras estás muy tranquilito en la cama? Teniendo la compañía que tengo, lo puedo afirmar que estoy en un paraíso, sin duda ninguna.
- Me das tu mano? - pregunta Pablo con aquella mirada que tanto me hace derretir.
- Claro... a dónde me llevas?
- … un poquito más allá del infinito...
No tuve tiempo para pronunciar ni una sola palabra. Me acercó a él y sus manos aprisionan mi cuello como solo él sabe hacer. Nos miramos a los ojos y las palabras no fueron necesarias por que el beso habló por todo.
En un paso fugaz saltamos para el sofá y entre una risa y otra, hechos dos locos enamorados en las inmensas peliculas románticas que por este mundo dejan a cualquiera con las ganas de amar a alguien.
Todo esto era una aventura y para empezar de la mejor manera, caminamos unos cuantos metros hacía la arena. Desde allí, me llegaron los recuerdos de aquel bonito día en Barcelona, dónde Pablo me sorprendió en aquella casita junto al mar, dónde en la playa yo hizo mil y una locuras sin jamás imaginar que nuestra relación llegaría a matrimonio, tampoco a llegar a un matrimonio con una niña muy especial, la misma que nos hace de padre y madre constantemente embobados.
Se respiraba locura y por eso no fui mujer de resistir a estar allí en la playa sin meterme en el agua. Luego trato de quitarme el vestido y de correr hecha una loca rumbo a un mar que de todo era en infinito. Era solo el infinito y nada más por que el “más allá del infinito” era el hombre que desde la arena miraba a esa mujer corriendo como si el mundo acabara en aquel momento. Me miraba, me sonreía y trató de no dejarme sola.
Aprisioné su cuello en mis brazos, sin jamás dejar de relucir mi sonrisa que salía de la forma más natural posible. De hecho, me sentía feliz. Muy feliz, por cierto. Lo sé que soy afortunada en tener semejante pareja en mi vida y a veces me pregunto a mi misma si merezco tanta suerte y tanta felicidad en la vida.

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