Narra
Pablo
El
suelo me parecía temblar por debajo de mis pies, pero, al final,
eran mis piernas que estaban hechas dos terremotos con tantos
nervios. Jamás en mi vida me había sentido así y cuando las
malditas 12 horas ya pasaban hace algunos minutos del reloj, casi no
me aguantaba. Respiraba profundamente y a mi lado mi padre y mi
hermano se estaban riendo hechos unos locos conmigo. Yo me reía
también, pero lo hacía como una terapía para quitarse un poco el
estado nervioso que había entrado en mí.
-
Esperemos que Ainhoa no llegue muy retrasada... - decía el cura, por
detrás de mi, para “ayudar” a toda esta situación.
-
Seguro que estará a punto de llegar... - susurraba mi madre.
Eran
las 12:23... el corazón casi saltaba para fuera de mi cuerpo, el
sudor cargado de nervios escurría por mi cara y me ponía en un
estado lastimable. Los invitados empezaban a mirar muchas veces la
puerta, esperando lo mismo que yo, que todo el mundo: que aquella
maldita y grande puerta de madera se abrira. No se sucedía ni por
nada y yo desesperaba.
-
Pablo, ha pasado algo con Ainhoa? - preguntaba el cura muy
preocupado.
-
Que yo lo sepa.. no... seguro que está retrasada...
-
Eso lo sé... pero no podemos estar aquí así, sin nada!
Salía
el cura para su lugar y venía mi padre, empezando ya a poner una
cara muy seria. De forma muy discreta, me lo susurraba:
-
Ya no me está gustando esta larga espera...
-
Ni a mi, papá... - respondía - … ni a mí me gusta...
12:31.
Todos se callan y ponen su mirada en la puerta. Por fin, después de
litros de sudor que se bajaron por mi cara, la puerta se abría y yo
solo soltaba un suspiro, pero no por mucho tiempo. Del vacío
aparecía a Enrique y la peque, solo ellos. Él estaba con una cara
tan seria, que por la primera vez en mi vida sentía un miedo
terrible.
Abría
los ojos de par en par y ella no aparecía. Me asustaba por completo.
Sin embargo, una sonrisa se dibuja en la cara de Enrique y Ainhoa
aparecía, por entre aquel tapiz rojo que pisaba a pasos muy lentos.
De
la puerta ya no quitaba mi mirada y los tres, a paso muy lento, se
acercaban a mí. Ainhoa estaba hecha una diosa o tal vez más guapa
que una diosa griega. Aquel blanco brillante de su vestido llenaba
mis ojos con alegría, seguro que en aquel momento estaba hecho un
bobo contemplando la mujer de mi vida, pero a mi no me molestaba.
Hacía
mí llegaban ellos y Enrique, con una cara muy tierna, me extendió
el brazo de Ainhoa y solo me ha dicho:
-
Tranquilo, hijo... aunque sea con retraso, es toda tuya... a ver si
os casáis rapido, sino te vas a deshidratar pronto con tanto sudor
por los nervios...
Sus
dedos se fundían en mi mano y su mirada me secaba y me quitaba los
tantos nervíos que sentía. Temblábamos más que nunca, pero no lo
sentíamos de verdad.
-
Por un rato, me sentí muy preocupado con el retraso... - le digo muy
bajito.
-
Yo también... pero tienes que culpar a lo policia y no a mí...
-
A lo policia?
-
Chicos, empezamos? - preguntaba el cura interrumpiendo nuestra
conversación.
-
Claro... - responde Ainhoa - … adelante con esto para no perder
tiempo...
Se
levantaba todo el mundo y empezaba el largo discurso:
-
Queridos amigos... - decía el cura delante de nosotros - … estamos
hoy reunidos para que veamos a Pablo y Ainhoa...
(20
minutos antes)
Narra
Ainhoa
-
Al final no llegaremos muy retrasados... - comentaba mi padre en el
coche.
-
… y así está muy bien... - respondía Pedro - … ya me han
enviado un mensaje diciendo que Pablo está nervioso...
-
Seguro que no está tan nervioso como yo... Dios, me va a pasar algo
hoy! - digo.
-
Tranquila, nena... - decía Mario mientras conducía - … oye, la
policia?
-
Seguro que están haciendo esas operaciones de rutina...
-
Seguro que sí... pero tendremos que parar, papá... mira...
-
Que no nos retrase mucho!
Mario
aparca el coche con la órden del policia y luego él aparece con una
forma muy horrible:
-
Buenas tardes... o buenos días, señor conductor... necesito de sus
documentos y del coche también, por favor...
-
Por supuesto... - Mario saca de todos esos papeles y documentos y los
entrega a él. De hehco, aquel policia no tenía buena cara, parecía
muy gillipollas, de verdad. Empezaba a quedarme más nerviosa de lo
que estaba.
-
Usted ha tomado alcohol, señor... Mario Martínez?
-
No... todavía es muy temprano para hacerlo...
-
Por supuesto... pero pronto lo hará, lo veo que tenemos una
prometida...
No
resisto a su cara asquerosa y luego le respondo de muy mala manera:
-
Una prometida que ya está retrasada, sabe? Venga, hoy es día de
fiesta... lo va a estropear todo?
-
… y quién es usted para hablar así conmigo?
-
Soy alguien que tiene formación militar y sabe la ley... lo sabe
perfectamente que todo está legal... por qué no nos deja marchar?
-
Ainhoa! - suplicaba Pedro a mi lado.
-
… venga, yo no voy a estropear... - me contesta él - … pero
pronto puede verme, lo sabe? … y ahí las cosas serán
diferentes...
-
Por supuesto... como si yo fuera una criminosa...
Por
fin entrega los documentos y dice la frase mágica:
-
Puede seguir con su camino... que tenga un buen día...
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