Narra
Pablo
En
el escenario yo me rendía a una energía venida de un lugar
desconocido, los compás de las canciones mezcladas con mi voz que
salía como si fuese la última vez de mi vida y, sobre todo, la voz
de todo aquel público que me hacía emocionarme. Eran muchos brazos
levantados y haciendo movimientos de la derecha a la izquierda al
compás de la música, lo podía ver con mis ojos la emoción sentida
en algunos ojos que hacía mi frente, que soltaban las lagrimas y yo
allí, con el microfono en mis manos, intentando contener también
las mías porque, al final, sin todos estos fans, nada de lo que
estoy viendo sería posible de sucederse.
Mi
Málaga vibraba, yo vibraba y en el mismo rincón de siempre, en mi
lado izquierdo, estaba toda mi familia junta, viéndome haciendo el
espectaculo musical hacía miles de personas. En el lugar más alto
estaba la muñequita más bonita de todas, mi pequeñita que estaba a
espaldas de Ainhoa y sin embargo haz un corazón con sus manos.
En
el teclado yo me rendía a aquel sencillo gesto y al escuchar miles
de voces cantando “Solamente tú”, me dejaba llevar por todo el
turbillón de emociones allí sentido. Son estas pequeñas cosas que
hacen con que la vida sea especial, con las que te das cuenta de que
al final todo está bien hecho, todo tiene su sentido y en ese
momento, te sientes bien.
Cuando
todas las luces se apagaron, cuando el silencio toma todo el aire del
escenario, yo era un hombre solitario en el camerino, temblando al
pensar en aquellas dos horas pasadas encima del escenario cantando
para miles de personas. Ya no es la primera vez que lo digo ni será
la última: yo soy un afortunado en todo, sin excepciones.
De
solitario hombre en un camerino, vuelvo a ser padre, compañero,
hermano, el Pablo Moreno de todos los días, que de igual modo que el
cantante Pablo Alborán está cierto de que es un afortunado y la
prueba más grande es llegar a la habitación y ver a las dos
personas que más quieres en tu vida durmiendo profundamente.
Se
me sueltan lagrimas de felcidad, mis manos se van hacía sus bonitas
caras y las acaricia de forma más delicada que en un diamante. Los
mayores tesoros de la vida no son conquistados por el dinero, pero sí
por el amor, por la complicidad y por todos los sentimientos que te
dan las ganas de vivir cada segundo hasta el final.
Sonreía
y pensaba en todo de lo que más positivo existe en el mundo. Al
mirar mi pequeña, me llenaba el corazón de orgullo. De hecho, sigo
aprendiendo muchas cosas con ella, Ainhoa es el desafío que sin
embargo llegó a mi vida y que sigo superando a cada día haciendo lo
mejor que sé. A cada día intento ser mejor con ella y con la mujer
de mi vida. A cambio de esto recibo más de lo que doy.
No
hay medida en la forma en como las quiero. Doy mi vida por ellas y
todo lo que hago es por ellas. No me dejo caer porque las tengo a mi
lado y lo sé que soy uno de los pilares fundamentales de nosotros.
Somos
una FAMILIA y eso lo dice y justifica todo.
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