Narra
Ainhoa
(6
meses después)
Me
cierro en el baño con aquella cajita en mis manos. Tenía pocas
esperanzas porque
tenía la certeza de que no sería posible, pero con las cosas que
habían sucedido entre la Navidad y los Reyes, lo mejor sería estar
cierta
de lo que estaba pasando.
Lleno
mis pulmones con aire, respiro profundamente. La caja me estaba
intimidando de una forma muy cruel, hacía con que mis manos no
tuviesen la fuerza de abrirla.
La
miro con ojos muy serios, hablaba para mi mente de que tendría que
hacerlo aunque pudiese dejarme nerviosa.
Comienzo
por abrirla a poco y poco y dentro se revelaba un tremendo objecto
que todavía era más intimidante que su caja. Mi corazón estaba
disparado, la presión aumentaba, de hecho, yo estaba dependiendo de
aquello para por fin poder decir que estaba cierta.
Con
más incertidumbres que certezas, trato de quitarme todas las dudas.
Llamo al consultorio de mi medico de siempre que luego me dice que
podía irme cuando quiera. En poco tiempo estaba yo en la sala de
espera, sentada y con los nervios saltando a una velocidad sin igual.
-
Ainhoa Martínez... - sin embargo una señora me llama y en ese mismo
momento, se haz sentir en mi estomago un aire tam frio y tan malo que
me había puesto muy mal.
Entro
en el consultorio y tengo al medico mirándome. Todo me intimidaba,
hasta el maldito esqueleto que estaba en un rincón, algo que desde
siempre pensaba que tenía su gracia.
-
Qué es lo que le trae por aquí, Ainhoa? - me pregunta muy sonriente
el médico.
-
Pues... necesito de saber una cosita...
-
Aquí estoy... qué está pasando?
-
Pues... - comienzo a tartamudear - … es que... es que yo...
-
Tranquila, Ainhoa... no necesita de estar así tan nerviosa...
-
Joder, que no me salen las palabras... es que yo he empezado... he
empezado a tener unos síntomas de...
-
Vale, vale... no necesita de decirme nada más que ya lo sé de lo
que se trata... te voy a aclarar eso ahora mismo...
Una
sencilla frase estaba costando a salir de mi boca. Suelto un suspiro,
el temblor de mis manos se queda más intenso y es imposible de
controlarse. Cada movimiento del médico me parecía en fin del mundo
y cuando él suelta su reacción al ver algo que no lo sabía, me
asusto por completo:
-
No puede ser... esto no es posible! - contesta él.
-
Pero qué pasa, doctor?
-
Si esto fuise en una mujer normal yo iba a decir que es algo bueno,
pero en usted, no sé lo que debo decirle...
-
Que me diga lo que pasa en la verdad es lo mejor que puede hacer... -
respondo.
-
No existen dudas... usted está embarazada aunque lo parezca
imposible...
No
me lo estaba creyendo en lo que estaba diciendo. Abro los ojos de par
en par, boquiabierta por las palabras que estaba escuchando en aquel
momento.
-
En serio?
-
Sí... esto debería ser motivo de felicidad, pero... no lo sé si a
usted puedo decir lo mismo...
-
Hombre, cómo no?
-
Se ha olvidado de los problemas que tiene, Ainhoa?
-
Si para todo existe una cura, cómo yo no voy a poder aguantar el
embarazo?
-
Yo no puedo garantizar nada... o esto se desarrolla perfectamente y
todo termina bien o puede traer muchos problemas, yo no lo sé en
cual voy a apostar que estoy sorprendido...
La
verdad es que me arriesgué a lo peor y tenía conciencia de todo
eso. Aunque la noticia en contexto normal sería el mayor motivo de
felicidad, en el mío era el miedo que daba lugar a la felicidad. A
Pablo ya no le estaba gustando irse a Los Ángeles sin nosotras y
ahora estaba pensando de forma muy detallada borrar todos los planes
con el miedo de que algo pudiera sucederse algo conmigo mientras
estuviese allí.
-
Tranquilo, Pablo... todo vaya estar bien, verás... - le digo.
-
Cómo me voy para un lugar tan lejos sabiendo que podrás estar mal?
Yo cambiaré todo...
-
… y dónde está tu lado más positivo, Pablo? Son tres semanas y
no tres meses! Verás que pasaran volando y luego ya estarás aquí
de nuevo y nada de malo pasará...
- No puedo... - me dice.
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