Narra
Ainhoa
Qué
infinito era el temblor de nuestras miradas, el calor de nuestros
abrazos. Me estaba diluyéndome en todas sus caricas, como el azúcar
lo hace en el café, como el agua entra por la arena en la playa.
Todo aquel coloquio de besos me contenía allí, estremecida en sus
labios, en un éxtasis contagiado por otro éxtasis, que por su vez
estaba contagiado por la magía del amor.
Eran
dos violines tocando la balada más romántica de todas, era el cielo
espejando un nacer del sol que jamás terminaba. Eran azules las
horas a las cuales me tendía a su lado, mirando la buena suerte que
tengo, la felicidad resumida a un ser humano, el verdado comienzo del
sentido a la vida en tan solo un nombre que al escucharlo tiemblas,
te enamoras y solo no pones el corazón en el exterior de tu cuerpo
por tanto explotar por que lo necesitas para vivir.
Mi
cuerpo era la víctima de sus dedos delicados, que hacen música con
o sin instrumentos musicales. Su piel, la misma que huele de manera
tan especial, era mi aliento en toda aquella noche de sexo, calor y
delirio.
Los
rincones más imprevisibles de mi cuerpo eran los buscados por su
boca y yo, delirada, con la cabeza perdida en la luna, sentía el
paraíso real, la prueba de que el paraíso es aquí, en la tierra
dónde pisamos todos los días.
Sus
esencias eran bebidas por mí hasta calmar toda mi sed de amor con
sus temblores y gemidos; mi morada era habitada por él, solamente él
mismo, que sentía el placer al explotar medio mundo, la luna entera
y parte del sol.
Un
solo deseo tenían nuestras almas, un solo universo era ocupado por
nuestros cuerpos, fundidos en uno solo, tendidos sobre sábanas que
hacían el atestugar de todo nuestro amor llevado a los nívelos
extremos y buenos.
Oh
qué pura noche eterna... suspiro al pensar en todas aquellas horas,
en lo que la suerte había reservado para mí, haciendo sentirme como
siempre en la persona más especial de este mundo. Todo tenía su
sentido, todo parecía tener razones para estar hecho de aquella
manera y no de otra, todo estaba en pura conexión.
Parecía
una escena salida de unos cuantos libros que ya leí hace unos
tiempos. Aquellas poesías, aquellos poemas de amor que me
despertaban la atención, ahora los estaba viviendo en primera mano y
pude confirmar todo lo que las palabras quieren contar cuando nuestra
boca no tiene los contenidos suficientes para hacerlo.
Me
había puesto sentada en la cama mirando a través de la ventana la
bonita playa y el hermoso día que hacía en la ciudad. En aquel
silencio que tanto quería hablar de felicidad y
aún
medio dormida y con mi lado más literario en su estado puro, hizo lo
que tanto me gusta hacer: citar poesía. Con la voz muy bajita y con
los ojos mirando el horizonte del mar yo declaraba
el primer poema que había aparecido en mi mente, mientras sentía el
olor de Pablo por detras de mí, muy parado, absorviendo aquel poema
sin nada decirme:
-
“Te
contaré deseos en tus labios,
el placer será mi arma para soñar,
recorreré tu alma
y secuestraré tu amor.
No habrá rescate:
sólo la pasión.”
el placer será mi arma para soñar,
recorreré tu alma
y secuestraré tu amor.
No habrá rescate:
sólo la pasión.”
-
Yo ya estoy secuestrado hace mucho tiempo... - me susurra, haciendo
con que aquel pequeñito “susto” me hiciese estar con piel de
gallina.
Yo
no lo sé como voy a explicar... es que toda aquella voz me hacía
sentir lo mismo que sentía en los millones de veces en que el
flamenco me ponía liberta de todo. Existen cosas en la vida que no
se explican, solo se siente y seguramente, esta es una de ellas. Solo
una voz te liberta y solo un corazón te hace explotar por un
sentimiento tan puro que es el del amor...
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