El especialísimo capítulo 50 en que los lectores de la novela han decidido lo que iba a sucederse! Espero que os guste!
Narra
Ainhoa
Estaba
totalmente concentrada en aquella reunión, pero el vibrar constante
de mi móvil me hizo perder toda la concentración que tenía.
Alguien estaba insistiendo en hablar conmigo, por supuesto que sería
algo urgente sino no intentaría llamarme un montón de veces.
Salí
de la sala y pronto veo en el móvil que tenía más de veinte
llamadas, unas de Mariola, otras de Pablo y otras más de números
desconocidos para mí. Esto no me huele a algo bueno.
Una
vez vez Mariola me llama y en eso momento yo la contesto:
-
Por fin me contestas, Ainhoa... - me dice Mariola muy afligida.
-
Ha pasado algo? Me pareces tan afligida...
-
Sí, pasa algo... Pablo se fue para el hospital porque se sintió
mal... - yo paro y entro en un estado de nervios incontrolable.
-
Qué ha pasado con él? Dónde está?
-
Él empezó a sentir un dolor muy fuerte en el pecho y sin embargo
desmayó por completo, no sabemos que está pasando con él...
-
Yo me voy para ahí ahora mismo... - salgo de allí sin decir nada a
nadie, bajo las escaleras corriendo, salgo del edificio y entro en el
coche rumbo al hospital.
(20
minutos después)
-
Cómo él está? - pregunto a Mariola, que me esperaba a la entrada
del hospital.
-
Los médicos están analizando su estado, pero aún no lo saben lo
que tiene...
-
Pero ellos están locos? Por los síntomas que me has dicho que tuve,
él está teniendo un ataque de ansiedad bien fuerte, madre mía!
-
Tranquila, Ainhoa... - me dice - … ellos sabrán lo que tiene...
Llegamos
al pasillo de las urgencias y en una sala allí estaba Pablo, rodeado
de médicos y enfermeros, completamente dormido, es decir, desmayado
en la camilla del hospital.
Estaba
asustada y mi corazón apretaba, como nunca lo hizo antes, estaba
afligida completamente, quería saber su estado pero nadie me lo
decía.
Camino
de un lado al otro del pasillo, espero que alguien salga de aquella
sala para decirme algo, pero eso no se sucede.
Me
siento, me levanto, camino, vuelvo a sentarme. Mariola intenta
ponerme tranquila, algo imposible de sucederse, entro en un estado de
stress, de nervios, de aflicción total. Para juntarse a todo esto,
el móvil no para de sonar porque salí del escritorio sin decir nada
a nadie, corriendo. Lo apagué para no molestarme más, para no
hacerme aún más nerviosa de lo que estaba.
No
dejo de mirar aquella puerta que hace unos segundos se cerró. El
reloj sigue pasando las horas, cada segundo que él marca con
precisión es un sufrimiento enorme, imposible de se imaginar.
Los
impulsos de correr y entrar por aquella puerta sin permisión son
constantes y cada vez más fuertes, yo desespero. Las horas pasan y
yo sigo caminando de un lado al otro por aquel pasillo del
sufrimiento, no me conformo que los médicos tarden tanto en decir
algo.
Suspiro
de impaciencia, las lagrimas siguen cayendo y no me contengo. Camino
hacía aquella puerta, me lleno de coraje y la abro.
-
Señora, no puede estar aquí... - me dice una enfermera que se
dirigía hacía mí.
-
Yo necesito de saber su estado, por favor...
-
Aún no podemos decir nada, son ordenes del doctor...
-
Yo no salgo de aquí sin saber nada de él...
El
doctor se gira, me mira y haz señal a la enfermera para que vuelva a
su trabajo. Él viene hacía mí:
-
Señorita... - me susurra – Aquí no podemos hablar, nos vamos para
el pasillo, vale?
Salimos
de aquella sala pero antes yo intento ver la cara de Pablo pero no
pude porque una enfermera estaba haciendo algo a él y me tapaba
completamente la vista.
-
No necesita de estar así tan nerviosa... - me dice – Pablo tuve un
ataque de ansiedad un poco fuerte pero ya está estabilizando...
-
Cuando podré verlo, doctor?
-
Ahora lo vamos a trasladar para una habitación, él está durmiendo
y seguro que pasará las próximas horas así, pero si quiere podrá
verlo algunos minutos...
En
menos de media hora, Pablo ya se encontraba durmiendo en la
habitación del hospital. Me senté a su lado en la camilla dónde él
estaba y me costaba muchísimo verlo así, en aquella maldita camilla
de hospital dónde nadie quiere estar y ver a las personas que
quieren.
Agarré
una de sus manos y la acariciaba así como su cara, que para mi es
una de mis mayores y mejores perdiciones. No quería salir de allí
ni por nada de esto mundo, me acosté a su lado, en un pequeño
espacio que para mi fue suficientemente grande para poder estar bien
junta a él. Así estuve yo, sin horas ni minutos porque el tiempo
no se mide con eso. Puso mi cara bien junta a la suya, el mundo
seguía con su rutina y yo seguía allí, sin que nadie pudiese
quitarme de allí.
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